Me cuentan que la escultura-fuente de las palomas, que adornaba la plaza de la Constitución, se encuentra prácticamente destruida tras las obras de remodelación de la plaza.
Muchos manzanareños, profanos en arte contemporáneo pero escrupulosos respecto al uso de los impuestos que nos cobran, habíamos creído que esa aceptable escultura iría destinada a embellecer algún otro rincón de Manzanares, por ejemplo alguna rotonda. Parece ser que la oferta elegida para la ejecución del proyecto Ágora contemplaba su retirada y reubicación. Vano anhelo. Está visto que la racionalidad y la economía están reñidas con la gestión municipal.
Dejando aparte su valor artístico, que no me siento capaz de cuantificar, las palomas formaban parte de la historia reciente de Manzanares. ¿Recuerdan el intenso y efímero debate que supuso la retirada del monolito que homenajeaba a los caídos, para sustituirlo por las palomas? ¡Cuánta tinta y cuánta voz se emplearon para justificar aquel cambio! Era la escenificación de los nuevos tiempos, de la reconciliación, de la transición demo-crática, del nuevo marco constitucional… ¿Recuerdan las pala-bras esculpidas en las caras de la base piramidal? ¿Eran CONSTI-TUCIÓN, DEMOCRACIA, LIBERTAD…?
Toda una metáfora: hoy nuestra Constitución tiene más de pa-pel mojado que de norma efectiva de convivencia. La ambición de algunos políticos sin escrúpulos, los nacionalismos, la partito-cracia y el proyecto de ingeniería social de la izquierda gober-nante la han reducido a una triste caricatura de lo que quiso ser. En Manzanares, donde la democracia se reduce a votar cada cuatro años, el espíritu constitucional del 78 es hoy una quimera. Y la libertad cotiza a la baja gracias a los estatutos de autonomía, las leyes educativas, el asalto gubernamental a internet, la cre-ciente intervención de la economía y la superioridad mediática del pensamiento único.
Mejor así. Fuera el disimulo. Esto es lo que hay. El primer paso para resolver un problema es asumir que existe.
El mármol, a la escombrera. Es la era del acero corten, del óxido, del aluminio, de la piedra caliza y del presupuesto multimillona-rio. Ya nos dijo aquella ministra de in-Cultura que el dinero público no es de nadie.
Sugiero que los escombros o lo que quede de la fuente de las palomas se tire tal cual al vertedero de Félix Cano, en lugar bien vi-sible. Sería la guinda, el remate, la apoteosis final del esperpento en que se ha convertido esta etapa de la historia manzanareña: los restos de las palomas coronando los montones de basura y escombros, con la misma intención pedagógica que aquella desa-sosegadora imagen de la Estatua de la Libertad emergiendo entre playa y acantilado en la secuencia final del Planeta de los Si-mios.
Y mientras cae la tarde sobre los tejados de Manzanares las otras palomas, las de carne y pluma, las de la palomina en los canalo-nes, las que arruinan azoteas, fachadas y desagües, las que se comen las siembras de guisantes y maíz, irán ocupando los caballe-tes cual versión manchega y tío-la-varesca de aquellos siniestros pájaros de Hitchcock. Fundido a negro.
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