Los pensadores antiguos, con Aristóteles a la cabeza, nos dijeron que toda arte e investigación, e igualmente toda actividad y elección tienden a un determinado bien, y aunque indicaron que el fin de las acciones humanas es la felicidad, la felicidad por excelencia no era la individual sino la de la comunidad y, por tanto, que la Política era la actividad suprema del hombre, esta mentalidad excesiva de predominio del Estado sobre el indivi-duo tuvo su cristalización definitiva durante la Antigüedad en el Estado romano, el cual, para Hegel representaba el momento de la violencia por excelencia.
En cambio los pensadores de la Modernidad y de la Ilustración, como el alemán Kant, los enciclopedistas franceses y los liberales empiristas britá-nicos sustrajeron al Estado el monopolio de la felicidad y se la devolvieron al individuo, pues consideraban que el hombre es un ser autónomo, racional y libre y que la sociedad política es un mero instrumento de convivencia, imprescindible eso sí, pero secundario para el desarrollo de la realidad y la felicidad humanas, no en vano Ortega, un liberal un tanto contradictorio, dijo un tanto exageradamente que “la gente es nadie”.
Entre estas dos orientaciones, en mayor o menor grado y a modo de reloj de péndulo, han oscilado y siguen oscilando las sociedades contempo-ráneas de los siglos XIX y XX. Para los que nos consideramos liberales el bien superior estriba en la felicidad de la persona, nos basamos en la sobe-ranía de su libertad, de su razón, de su autonomía y de su trabajo, al mismo tiempo que nos reivindicamos en su responsabilidad ética, moral y política para consigo mismo, para con los demás y para con la comunidad política de la que forma parte.
Para otros, en cambio, el bien supremo radica en el bien del Estado (Hegel y Marx, hegeliano de izquierdas) y sus consecuencias son y han sido, el fascismo, el comunismo y el socialismo, éste es una forma menor pequeño burguesa, posibilista y adulterada de comunismo, que consiste simple-mente en quitarle a uno, entregárselo a dos, quedarme con una buena comisión y aquí siempre mando yo.
Esta última manera de entender la política sin atender a criterios de justicia, ni de razón, ni de libertad, ni de responsabilidad, ni de interés general, ni de sentido común , sino simplemente por cuestiones de mercadeo y clientela es la que ha imperado y sigue imperando en nuestra país en los últimos seis años y una de sus substanciaciones es la política económica y fiscal que está realizando el desgobierno Zapatero y que , muy lejos de poner los remedios a una crisis económica iniciada por la caída de la actividad en el sector de la construcción, no ha hecho más que acrecentarla, profundizarla y alargarla.
Una vez descritos estos axiomas o pautas a seguir, podemos a modo de imperativo categórico, enunciar la siguiente frase que debe ser guía inex-cusable de toda actuación pública en cualquier sociedad y en todo tiempo: EL DINERO DEL CIUDADADO ES SAGRADO, es fruto de su trabajo o de su labor económica y es su criterio libérrimo y personal el hacer con él lo que quiera y gastarlo o no, como quiera y donde quiera. El Estado o Ad-ministración sólo debe detraerle el estrictamente necesario para la realización de sus numerosas y necesarias funciones, pero ojo, solamente el estricta y rigurosamente necesario y debe ser empleado y gastado con sumo y exquisito cuidado, máxime teniendo en cuenta que el Estado tiene el monopolio de la violencia, en este caso económica, pudiendo realizar la política fiscal que quiera so pena de “excomunión embargatoria”.
Los actuales tipos de IVA, general 16% y sus variantes tipo reducido 7% y recargo de equivalencia + 4% para comercio minorista son tipos absolu-tamente excesivos y en contra de lo que se dice no hacen de este impuesto algo “neutral”, pues al gravar y encarecer en tan gran medida los bie-nes y servicios que necesita toda la sociedad civil reduce el consumo real y , en consecuencia, la actividad económica. La subida prevista para Julio de este año encarecerá todavía más bienes tan necesarios como la luz, el teléfono, la ropa y los alimentos y dejará menos dinero en el bolsillo de la gente con lo cual se reducirá el consumo de otros bienes y servicios menos “imprescindibles” , es decir, NOS HARÁ MÁS POBRES, no lo olviden, y además tendrá un contraefecto perverso pues reducirá la actividad económica, seguirá creando crisis de confianza debido a la rapiñería recaudato-ria, nadie se moverá de donde está, esperando a ver que pasa y se retrasará sine die la tan cacareada recuperación económica.
Le voy a decir a Zapatero y a la ministra Salgado como se pueden mejorar en gran parte las cuentas del Estado, sin que tengan que ser los dineros de los bolsillos de los ciudadanos que producen de verdad, todos los que tenemos que acudir a nuestros puestos de trabajo, a nuestras empresas, a nuestros negocios y a nuestros comercios, es decir, los “paganini” de siempre, los que tengan que solventar los desequilibrios presupuestarios creados por malos políticos.
Para empezar y para que sirva como ejemplo una reducción en un 50% de los gastos de la casa Real, reducción y en su caso eliminación de dece-nas de subterfugios estatales, autonómicos y locales como el Consejo de Economía Nacional, el
Consejo de Estado y otros muchísimos Estamentos de alto copete que lo único que hacen es gastar inmensas cantidades de dineros sin producir nada a cambio, eliminación del Ministerio de Igualdad, eliminación de miles y miles de asesores y funcionarios políticos de designación guberna-mental y autonómica que igualmente nos están chupando la sangre, replantearse y reducir más que seriamente los “seculares” Planes de Empleo Rural andaluces, extremeños, y castellano. nuevos y sus múltiples variantes en otras regiones de España y en el ámbito local, promulgar una nueva Ley de Financiación Autonómica que limite los gastos corrientes y el endeudamiento de las Autonomías, es preciso señalar que los entes autonó-micos son los principales “gastosos y derrochadores” del Estado, promulgación de una nueva Ley de Bases de régimen Local y reguladora de las Haciendas Locales que igualmente limite los excesivos gastos corrientes y el endeudamiento de los Ayuntamientos y las Diputaciones.
Estas y otras muchas medidas en la misma dirección, son la única solución para salir de esta crisis estructural y específicamente nacional que pa-decemos, es absolutamente imprescindible sujetar el caballo dislocado del derroche y del dispendio público y ponerle remedio desde ya mismo si queremos un Estado al servicio de la sociedad civil y con la sociedad civil y no, como ocurre ahora mismo, que la sociedad civil está arrodillada an-te el Estado y ante los pésimos políticos que lo administran, porque corremos más que serio peligro de sumergirnos en un nuevo MOMENTO DE LA VIOLENCIA primeramente de carácter económico y después físico , muy en contra de lo que propugnaron nuestros próceres del Siglo de las Luces y de las Revoluciones francesa y americana.
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