Hace muchos años, más de treinta, mi padre escribió un artículo cuyo título era el mismo que tiene este. “DEUDA DE GRATITUD” lo hizo reclamando al pueblo un homenaje, o mejor, un reconocimiento, a la labor que habían hecho y hacían, por Manzanares don Blas Tello y Don Emiliano García Roldán, ambos vivían aún. Este título, no sé por qué, me impactó, y pensé que era verdad, que era gente que se lo merecía indudablemente. Aún hoy creo que no se les ha hecho el homenaje que esas dos grandes personas, se merecían por lo que hicieron por Manzanares.
Hace unos días me llegó, por casualidad, a mi correo electrónico un mensaje dirigido a otra persona, pero que era de Elías Martin, Franciscano al que muchos recordareis, de su paso por Manzanares, con quien en mi juventud me unió gran amistad y que hacía muchos, muchos años, demasiados, que no conocía de él. Inmediatamente me puse en contacto, la alegría que me dio fue enorme.
Los recuerdos se agolparon en mi mente: Las misas que nos daba a los jóvenes en la parte alta del JACE, las lar-gas conversaciones, no siempre de temas religiosos, hasta los comentarios e intercambio de libros “poco recomendados” en esa época, o la caza nocturna de pichones por las altas galerías de la iglesia, para comer y para dar de comer a quien más lo necesitaba... Su aparición los domingos por la tarde por el baile, y cuanto te decía sin decirte nada.
Hasta tal punto estaba desconectado de él, que no me había enterado ni que escribió un libro de los Francisca-nos en Manzanares, libro que está en venta y se puede adquirir en varios puntos de Manzanares (Si se dirigen a El Manifiesto, se lo podemos proporcionar).
Creo que Manzanares tiene una deuda de gratitud con los Franciscanos, los años y años que estuvieron en Manzanares, la labor desinteresada que hicieron, cultural y socialmente, entre otras, Manzanares no se lo ha paga-do. El Padre Cristino y su Iglesia de la Divina Pastora, o los cachetes que te daba en el confesionario como le dijeras un pecadillo un poco subido de tono. El Padre Damián o el Padre Esteban, eran para mí unas moles imponentes de hombres, cuando, de niño, al verlos pasar por la calle, dejabas de jugar o lo que estuvieras haciendo para ir corriendo a besarle el cordón, ese cordón blanco con nudos, fuerte y áspero, pero que daba gusto coger, y al agachar-te para besárselo veías esas sandalias de tiras de cuero negro, único calzado en verano y en invierno. Y esa túnica marrón oscura, con su capucha y su vasto, vastísimo, tejido, son cosas y hechos imborrables en la mente de muchos de nosotros, aunque fuera en nuestros años más infantiles.
El Jace, hito histórico de la juventud de Manzanares, fue posible por ellos y gracias a ellos. Unas veces y depende de con quien, podíamos estar mejor o peor con el “páter” encargado, pero siempre había una complicidad y un entendimiento, otras una cierta oposición, pero siempre ese dejar hacer... Desde la perspectiva del tiempo y la edad reconozco lo difícil que debía ser el torear con cuatrocientos o quinientos jóvenes, con una junta rectora, siempre rebelde, como debe de ser la juventud, e intentando trasgredir un paso más las normas establecidas, más, en esos tiempos tan difíciles para todos.
Los Franciscanos, los capuchinos, tuvieron sus aciertos y desaciertos, como humanos que son. Pero Manzanares les debe mucho, se ocuparon del pueblo durante muchos años, en cuanto a religión. Eran los únicos que por entonces estaban en Manzanares, cuando no había sacerdotes como hay ahora, y desinteresadamente apoya-ron, ayudaron e hicieron muchas cosas por Manzanares.
Manzanares tiene una deuda de gratitud con ellos y lo que más me duele es que aún no se la hemos pagado.
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