Todos los días vuelvo de Ciudad Real, por cuestiones de estudio, y cuando regreso a mi pueblo siempre paso por delante de un cartel en el que la frase que da título a este artículo me recibe. Sí, aquí es donde vivo, pero cada vez que lo leo me cuestiono más esa afirmación, si es realmente una ciudad para vivir, al menos para la juventud, amén de mi amor por este lugar. Es un sentimiento presente en muchos de nosotros, sobre todo entre aquellos que regresan de cursar estudios universitarios en otras ciudades, o extendiéndonos aún más, entre aquellos que duran-te una temporada salen a buscarse la vida en otros lugares, a ganar experiencia para luego volver y, quien sabe, poder ver el fruto de la misma para con su pueblo.
No lo sé, pero me da la impresión de que, salvo algunas profesiones concretas, volver a este lugar con la experiencia de la universidad, o de otro tipo, no ofrece grandes posibilidades de promoción en todos los ámbitos, y cada vez menos. “La generación cero” comienzan a llamar a las últimas hornadas de licenciados que cada vez más encuentran un futuro laboral precario y más trabas a la hora de iniciar ellos una andadura empresarial por su cuenta. Esa “generación cero” no es ya, como antes se pensaba, una generación de poseedores de carreras condenadas al olvido por obsoletas (como erróneamente se ha considerado, en base a prejuicios, a las carreras de letras puras, por ejemplo) que abocan al paro al recién salido (y con el paro, al desasosiego existencial causado por la inactividad). Ahora se incluyen en esa generación ingenieros, matemáticos, etc. Y esa generación también está en Manzanares, no piensen que vivimos en Marte, a pesar de que ese tema no salga mucho a colación. El futuro más alentador hoy día parece ser sacar adelante una oposición, algo que con el tiempo se está empezando a comparar con la posesión de un título nobiliario, o algo así, entre los jóvenes, alejándolos de lo realmente importante, la vocación. O, para los miembros de esa generación, salir de este lugar, y buscar su hueco en las grandes urbes, donde se gana más dinero, donde hay más movilidad laboral e inserción, donde no todo funciona por enchufe, donde los proyectos culturales surgen continuamente y cada uno puede encontrar “su rollo”. Es el gran mercado infinito de las capitales pero no conviene idealizar. Tampoco son el paraíso de los jóvenes.
Tal vez el hecho de que esta generación no proteste por ese hecho, por no tener la oportunidad de hacer de la tierra que le vio nacer un lugar mejor, es que ya lo tiene asumido como inevitable. Ya se sabe lo que se dice de la Mancha, que no hay mucho que hacer aquí, que es un lugar aburrido. En fin, ante estereotipos y prejuicios como esos, uno puede creérselos (y volar a otros lugares, y es mejor que pensando así lo hagan) o pensar en otras cosas más productivas. Uno puede ser Sancho, o Quijote, como en todo.
Si Manzanares pretende ser “una ciudad para vivir (la juventud)” hay que promover otras iniciativas para las personas que están empezando a abrirse camino por el mundo puedan desarrollar sus proyectos aquí. Hay que favorecer el talento individual en el pueblo. Hay que olvidar sola-mente los intereses materiales, que muchas veces nos obcecan, y premiar a los jóvenes que tengan firmes convicciones morales, incluso aquellas que en algunos casos nos parecen contrarias a las nues-tras. El resto vendrá solo porque la juventud tiene la fuerza, tiene el espíritu. Fomentar el desarrollo individual, las buenas ideas de la gente que viene empujando desde abajo, porque tiene hambre e inquietud. John Stuart Mill, un pensador inglés del siglo XIX, dijo una vez “la valía de un Estado es la de los individuos que lo componen… un Estado que impide el desarrollo individual de los hombres a fin de que sean instrumentos más dóciles en sus manos, incluso aunque sea para fines beneficiosos, se encontrará con que con unos hombres tan pequeños, poco grande le es realmente posible realizar”. Si esto lo aplicamos a nuestro pueblo, rápidamente nos damos cuenta de que en este lugar, hay mucho por hacer aún, muchos muros que derribar, y mucho que cambiar nuestros prejuicios y estereotipos, para poder vivir aquí, algo que pienso, merece la pena intentar.
Últimamente, la sociedad Manzanareña ha avanzado gracias a muchas innovaciones que se han producido en el marco de la sociedad global, y como parte de un país que ha desarrollado muchísimo en los últimos veinte años como España, se ha beneficiado de ello y ha podido importar muchas de las novedades técnicas, y de otros campos, para el disfrute de sus habitantes. Pero aparte de la revolución de las comunicaciones a la que hemos asistido, uno debería preguntarse que es lo que ha hecho dicha sociedad para beneficiarse de ella en un sentido social, local. O mejor dicho, si esos avances han servido para aumentar el grado de comunicación e interrelación entre sus miembros, o por el contrario, para aumentar el aislamiento. Disponemos ahora muchos de conexión a Internet, disponemos de casi todo, y sin embargo muchas veces parece que los integrantes de la sociedad se encuentran ahora más aislados que nunca. Y tal vez los jóvenes sean los que mas acusan esos cambios, al impregnarse más rápidamente de esos avances. Por lo tanto, tengámoslos más en cuenta para el futuro.
Eduardo Fernández-Medina
No lo sé, pero me da la impresión de que, salvo algunas profesiones concretas, volver a este lugar con la experiencia de la universidad, o de otro tipo, no ofrece grandes posibilidades de promoción en todos los ámbitos, y cada vez menos. “La generación cero” comienzan a llamar a las últimas hornadas de licenciados que cada vez más encuentran un futuro laboral precario y más trabas a la hora de iniciar ellos una andadura empresarial por su cuenta. Esa “generación cero” no es ya, como antes se pensaba, una generación de poseedores de carreras condenadas al olvido por obsoletas (como erróneamente se ha considerado, en base a prejuicios, a las carreras de letras puras, por ejemplo) que abocan al paro al recién salido (y con el paro, al desasosiego existencial causado por la inactividad). Ahora se incluyen en esa generación ingenieros, matemáticos, etc. Y esa generación también está en Manzanares, no piensen que vivimos en Marte, a pesar de que ese tema no salga mucho a colación. El futuro más alentador hoy día parece ser sacar adelante una oposición, algo que con el tiempo se está empezando a comparar con la posesión de un título nobiliario, o algo así, entre los jóvenes, alejándolos de lo realmente importante, la vocación. O, para los miembros de esa generación, salir de este lugar, y buscar su hueco en las grandes urbes, donde se gana más dinero, donde hay más movilidad laboral e inserción, donde no todo funciona por enchufe, donde los proyectos culturales surgen continuamente y cada uno puede encontrar “su rollo”. Es el gran mercado infinito de las capitales pero no conviene idealizar. Tampoco son el paraíso de los jóvenes.
Tal vez el hecho de que esta generación no proteste por ese hecho, por no tener la oportunidad de hacer de la tierra que le vio nacer un lugar mejor, es que ya lo tiene asumido como inevitable. Ya se sabe lo que se dice de la Mancha, que no hay mucho que hacer aquí, que es un lugar aburrido. En fin, ante estereotipos y prejuicios como esos, uno puede creérselos (y volar a otros lugares, y es mejor que pensando así lo hagan) o pensar en otras cosas más productivas. Uno puede ser Sancho, o Quijote, como en todo.
Si Manzanares pretende ser “una ciudad para vivir (la juventud)” hay que promover otras iniciativas para las personas que están empezando a abrirse camino por el mundo puedan desarrollar sus proyectos aquí. Hay que favorecer el talento individual en el pueblo. Hay que olvidar sola-mente los intereses materiales, que muchas veces nos obcecan, y premiar a los jóvenes que tengan firmes convicciones morales, incluso aquellas que en algunos casos nos parecen contrarias a las nues-tras. El resto vendrá solo porque la juventud tiene la fuerza, tiene el espíritu. Fomentar el desarrollo individual, las buenas ideas de la gente que viene empujando desde abajo, porque tiene hambre e inquietud. John Stuart Mill, un pensador inglés del siglo XIX, dijo una vez “la valía de un Estado es la de los individuos que lo componen… un Estado que impide el desarrollo individual de los hombres a fin de que sean instrumentos más dóciles en sus manos, incluso aunque sea para fines beneficiosos, se encontrará con que con unos hombres tan pequeños, poco grande le es realmente posible realizar”. Si esto lo aplicamos a nuestro pueblo, rápidamente nos damos cuenta de que en este lugar, hay mucho por hacer aún, muchos muros que derribar, y mucho que cambiar nuestros prejuicios y estereotipos, para poder vivir aquí, algo que pienso, merece la pena intentar.
Últimamente, la sociedad Manzanareña ha avanzado gracias a muchas innovaciones que se han producido en el marco de la sociedad global, y como parte de un país que ha desarrollado muchísimo en los últimos veinte años como España, se ha beneficiado de ello y ha podido importar muchas de las novedades técnicas, y de otros campos, para el disfrute de sus habitantes. Pero aparte de la revolución de las comunicaciones a la que hemos asistido, uno debería preguntarse que es lo que ha hecho dicha sociedad para beneficiarse de ella en un sentido social, local. O mejor dicho, si esos avances han servido para aumentar el grado de comunicación e interrelación entre sus miembros, o por el contrario, para aumentar el aislamiento. Disponemos ahora muchos de conexión a Internet, disponemos de casi todo, y sin embargo muchas veces parece que los integrantes de la sociedad se encuentran ahora más aislados que nunca. Y tal vez los jóvenes sean los que mas acusan esos cambios, al impregnarse más rápidamente de esos avances. Por lo tanto, tengámoslos más en cuenta para el futuro.
Eduardo Fernández-Medina
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