Por fin han acabado las obras de la Plaza de la Constitución, que, después de esta reforma, luce mucho más despejada y diáfana que antaño, pero algo le falta a nuestra plaza, algo importantísimo, reflejo de uno de nuestros más insignes representantes políticos, un monumento de culto al líder, a la lucidez y a la brillantez de sus discursos. ¿Qué le falta a nuestra plaza? EL BUSTO DE FELIX CANO, EL PALMERO.
Nuestro querido amante, salvador y defensor de las palmeras, magnífico maestro de la oratoria y los discursos, necesita un letrero, una placa, un busto… ¡qué digo! ¡Una estatua ecuestre en medio de la plaza como si fuese el mismísimo Augusto tras haberse proclamado emperador de Roma!
Y es que el brillante y locuaz concejal de medio ambiente nos dejó anonadados hace unos meses con un extenso, eficaz y, sobretodo, muy oportuno discurso sobre las bondades de esa magnífica planta que llamamos palmera, y, tras coronarse de gloria, nuestro maravilloso concejal nos hizo sentir estúpidos y paletos ante aquella demostración de cultura e inteligencia, propia de los más grandes naturalistas y filósofos de la historia.
Su excelentísimo e ilustrísimo señor concejalísimo de medio ambiente, don Félix Cano, nos enseñó, como se enseña a un niño de parvulario, las excelentes propiedades de la palmera, y demostró, debido a sus extensos conocimientos- sacados directamente de la wikipedia- y a su sobrada inteligencia, que la palmera es tan beneficiosa y tan magnífica que solo él, Félix Cano, con su grandeza, la supera. Desde luego, el excelentísimo e ilustrísimo concejalísimo está verdaderamente ocupado. Y es que el arte de elaborar los discursos consume enormes cantidades de tiempo.
Debe de tardar horas buscando información para redactar sus discursos, y desgraciadamente no puede centrarse en todas sus obligaciones. ¡Pobre! ¿Qué gran político no ha tenido que dejar alguna vez de lado sus obligaciones para hacer sus discursos? Gran político es él, que con grandes remordimientos olvida su puesto de concejal para poder dedicarse de pleno a la oratoria.
¡Él sí que es un sufridor, un trabajador y un currante nato! Para que luego vayamos nosotros, holgazanes y vagos, y nos quejemos de nuestro trabajo y de nuestra falta de tiempo. ¿Es que acaso nos po-demos quejar de su gestión del vertedero municipal, de la depuradora, de Siles, de los miles de turistas que nos visitan cada año y de tantos otros enclaves que no pueden ser mejorados? Seamos coherentes, conciudadanos, y arrodillémonos ante la gloria de don Félix, y del altísimo, nuestro amo y señor del pueblo, Señor Pozas. Magníficas sean las obras de la plaza y magníficas sean las palmeras que la presiden. Desde el balcón del ayuntamiento, el Señor Pozas, con don Félix a su izquierda, contempla su creación, orgulloso y altanero. En su lúcida mente ya prevé, en la era del pueblo, actos y festejos financiados con fondos municipales: fiestas, bailes y chocolate con churros para los mayores, que luego depositarán lealmente sus papeletas de PSOE en las urnas. Para algo tenían que servir las obras de la plaza, ¿no?
Nuestro querido amante, salvador y defensor de las palmeras, magnífico maestro de la oratoria y los discursos, necesita un letrero, una placa, un busto… ¡qué digo! ¡Una estatua ecuestre en medio de la plaza como si fuese el mismísimo Augusto tras haberse proclamado emperador de Roma!
Y es que el brillante y locuaz concejal de medio ambiente nos dejó anonadados hace unos meses con un extenso, eficaz y, sobretodo, muy oportuno discurso sobre las bondades de esa magnífica planta que llamamos palmera, y, tras coronarse de gloria, nuestro maravilloso concejal nos hizo sentir estúpidos y paletos ante aquella demostración de cultura e inteligencia, propia de los más grandes naturalistas y filósofos de la historia.
Su excelentísimo e ilustrísimo señor concejalísimo de medio ambiente, don Félix Cano, nos enseñó, como se enseña a un niño de parvulario, las excelentes propiedades de la palmera, y demostró, debido a sus extensos conocimientos- sacados directamente de la wikipedia- y a su sobrada inteligencia, que la palmera es tan beneficiosa y tan magnífica que solo él, Félix Cano, con su grandeza, la supera. Desde luego, el excelentísimo e ilustrísimo concejalísimo está verdaderamente ocupado. Y es que el arte de elaborar los discursos consume enormes cantidades de tiempo.
Debe de tardar horas buscando información para redactar sus discursos, y desgraciadamente no puede centrarse en todas sus obligaciones. ¡Pobre! ¿Qué gran político no ha tenido que dejar alguna vez de lado sus obligaciones para hacer sus discursos? Gran político es él, que con grandes remordimientos olvida su puesto de concejal para poder dedicarse de pleno a la oratoria.
¡Él sí que es un sufridor, un trabajador y un currante nato! Para que luego vayamos nosotros, holgazanes y vagos, y nos quejemos de nuestro trabajo y de nuestra falta de tiempo. ¿Es que acaso nos po-demos quejar de su gestión del vertedero municipal, de la depuradora, de Siles, de los miles de turistas que nos visitan cada año y de tantos otros enclaves que no pueden ser mejorados? Seamos coherentes, conciudadanos, y arrodillémonos ante la gloria de don Félix, y del altísimo, nuestro amo y señor del pueblo, Señor Pozas. Magníficas sean las obras de la plaza y magníficas sean las palmeras que la presiden. Desde el balcón del ayuntamiento, el Señor Pozas, con don Félix a su izquierda, contempla su creación, orgulloso y altanero. En su lúcida mente ya prevé, en la era del pueblo, actos y festejos financiados con fondos municipales: fiestas, bailes y chocolate con churros para los mayores, que luego depositarán lealmente sus papeletas de PSOE en las urnas. Para algo tenían que servir las obras de la plaza, ¿no?
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